domingo, 3 de agosto de 2008

El primer tiro

Por: Antonio Mercader. (El País de Montevideo)

Como mañana se cumplen 45 años del primer atentado tupamaro, y visto que José Mujica dice que él y los suyos se alzaron contra un posible golpe de Estado, vale recordar cómo era ese Uruguay "pregolpista" el 31 de julio de 1963. Ese día los guerrilleros robaron armas del club de Tiro Suizo, en Colonia, para iniciar la revolución contra el poder ejercido por el Consejo Nacional de Gobierno, especie de mini-Senado con un presidente rotativo que en aquel año era Daniel Fernández Crespo.

Ese gobierno colegiado a la suiza, de poca eficacia pero con fama de guiar a uno de los países más democráticos del mundo, era la cabeza de la hidra que los tupamaros querían segar y sustituir por un régimen castrista, la tiranía cubana amada por la izquierda.

Repasemos nombres de aquellos eventuales cómplices de la dictadura en ciernes denunciada por Mujica, Sendic y otros. Aparte de Fernández Crespo (político popular en Montevideo, ciudad de la que fue Intendente) había otros miembros del gobernante Partido Nacional a quienes la guerrilla declaró sus enemigos.

Entre ellos, el ministro de Hacienda, Salvador Ferrer Serra, criticado porque la inflación trepaba al 10%; Wilson Ferreira Aldunate, ministro de Ganadería y verdadero "premier" del gobierno que planeaba la reforma agraria; y el ministro de Instrucción Pública, Juan Pivel Devoto, que entonces pedía acortar las vacaciones de julio para evitar "la dispersión" del alumnado.

Tras el Tiro Suizo los tupamaros detonaron bombas en casas de consejeros como Washington Beltrán y Luis Giannattasio, por citar a dos de los blancos más representativos de un Ejecutivo tildado en los panfletos guerrilleros de "oligárquico" y "cipayo".

Así las gastaban nuestros castristas, fanáticos de la "teoría del foco" por la cual una elite de iluminados podía, a balazo limpio, generar las condiciones para la revolución.
Lo cantaba su lema de la época: "un revólver 38 tiene más poder que la Constitución de la República".

En efecto, Uruguay era una democracia constitucional asentada en el voto popular. Un país que, aun con dificultades, era un vergel en la región. Montevideo, "la ciudad sin rejas" se jactaba de ser "la capital más segura de América del Sur", según Interpol.

La esperanza de vida de los uruguayos era de nivel europeo, 73 años, y el desempleo rondaba el 8%, cifra que miembros colorados del Consejo de Gobierno tan "oligárquicos" como Óscar Gestido y Amílcar Vasconcellos reprochaban a sus adversarios blancos.

En sus escritos, los guerrilleros hacían carne en datos de ese género así como en lo que llamaban "falta de proyecto de país", desatinada acusación pues en aquel invierno del 63, un joven contador, Enrique Iglesias, montaba la legendaria CIDE (Comisión de Inversión y Desarrollo) que no sólo haría el primer retrato de la realidad nacional sino también un meditado programa de reformas.

Pero los tupamaros no querían reformas sino la revolución y en los muros de la capital clamaban que "el poder está en la boca del fusil". Por eso, en la noche de aquel 31 de julio robaron del solitario depósito de un club dos docenas de fusiles con los cuales pertrechar su guerrilla. El robo del Tiro Suizo fue el primer tiro de los tupamaros contra la democracia uruguaya. Otros muchos dispararían en los diez años siguientes hasta desencadenar el golpe de Estado que -cual profecía autocumplida- terminaron por provocar.

CUBA: La odisea de obtener un pasaporte


Escrito por: Yoani Sanchez (PREMIO ORTEGA Y GASSET ) en Generación Y
Estoy haciendo una nueva carrera universitaria. No está relacionada con alguna especialidad, pero podré obtener un diploma de “licenciada en sortear la burocracia”. Los temas de estudio son los trámites y papeles para viajar fuera de Cuba y, las asignaturas, llevan una buena dosis de paciencia, mansedumbre e incógnita. A este curso intensivo en “papeleo” no he llegado en cero, sino que arrastro una década ejercitándome en el fragor de la tramitología. Hay que agregar los múltiples estrellones contra los funcionarios y una lenta resignación ante el tufillo de las oficinas.

La experiencia de hablar con burócratas –para los que siempre falta algún documento, un cuño o una firma- me permitirá agenciarme la máxima calificación en algunas materias. No obstante, tendré que superar cierta predisposición al arrebato, una furia inconveniente cuando me dicen “su papel no ha llegado a tiempo” o “eso tienen que aprobarlo más arriba”.

El resultado final de este ejercicio será una pequeña tarjeta blanca donde se me autoriza a salir de Cuba para recoger el premio Ortega y Gasset. Insisto que no se trata de “viajar”, ya que ningún cubano usa ese verbo para la acción de ir al extranjero. Nosotros saltamos, cruzamos, salimos o nos vamos; pero viajar es demasiado poco cuando de brincar la insularidad se trata. Incluso, la ansiada autorización que necesito es conocida como “permiso de salida” y lleva en sí el sonido de cerrojos que se abren.

No sé si sirvan de mucho las horas acumuladas en las colas, las certificaciones de nacimiento legalizadas, el hábito de llevar hasta los documentos que no hacen falta -como la tarjeta de vacunación o el último recibo de la electricidad-. No sé, pero intuyo, que la respuesta a mi solicitud de viaje ya está tomada y espera por mí en una gaveta. Nada de lo que haga podrá evitar que la llave abra o cierre la puerta.

Mientras, llego a creerme que “salir” es posible